
La Guerra Fría nos dejó varias invenciones y estructuras para el recuerdo. Por ejemplo el UT-5000 soviético, un túnel de la destrucción donde la URSS probaba si sus coches y vehículos podían resistir armas nucleares. Y en el otro bando, la EEUU también atesoró maravillas militares y técnicas únicas durante este periodo.
Es el caso del ATLAS-I, que aún hoy es la estructura de madera más grande del planeta sin recurrir a un solo elemento metálico. Su cometido era similar: se construyó para probar si los aviones de la armada estadounidense podían resistir el pulso electromagnético de una detonación nuclear.
Un goliat de madera sin elementos metálicos por una buena razón
Este ATLAS-I (o Air Force Weapons Lab Transmission Aircraft Simulator) se levantó entre 1972 y 1980 junto a la Base Aérea Kirtland de Albuquerque (Nuevo México). Estuvo activa hasta la disolución de la URSS en 1991, pero la estructura como tal sigue en pie, abandonada. Puedes verla en Google Maps.
Un gigante de madera. El ATLAS-I mide unos 180 m de altura, el equivalente a un edificio de 12 plantas, y cerca de 305 m de largo. Su pieza más grande es la plataforma de soporte, donde estacionaban los aviones para realizar las pruebas de pulso electromagnético (o EMP por sus siglas en inglés).
Toda esta estructura se concibió íntegramente en madera con técnicas especiales para no recurrir a clavos u otros elementos metálicos de unión. Se emplearon piezas de madera laminada que iban unidas mediante pegamento industrial y pernos de fibra.
¿Por qué de madera y sin clavos? El mayor desafío técnico de este ATLAS-I era levantarlo sin piezas metálicas. Era esencial que fuera así: cualquier componente metálico en la estructura podría interferir en las pruebas EMP. Es decir que los test no serían fiables, ya que un simple tornillo podría reflejar, desviar o modificar las ondas electromagnéticas generadas. Básicamente, no se podría determinar si afectaba al avión o no.
La madera se escogió porque no es un material conductor. O más correctamente, la madera seca no lo es (mojada sí que puede serlo). Para este ATLAS-I se recurrió a madera seca y tratada. También se evitó el uso de barnices y pegamentos con componentes metálicos que pueden ser conductivos.
De ahí que se levantara junto a esta base área de Albuquerque, al ser una región semidesértica. En esta zona la humedad relativa media anual es muy baja (del 44 %) y el promedio de precipitación anual es de aproximadamente 21 mm.
Evaluar la resistencia de aviones militares a la guerra nuclear. Entre 1980 y 1991, numerosos aviones fueron sometidos a pruebas de pulso electromagnético, incluyendo gigantescos bombarderos como los B-52 o B-1B. Por eso es tan inmenso este ATLAS-I.
Junto a esta gran estructura de madera se construyó un sistema para simular los EMP provocados por una explosión nuclear en el aire sin recurrir a una bomba atómica. Algo que por razones obvias era inviable. Esta instalación está junto a Albuquerque, lo que habría supuesto radiación letal para los residentes de la ciudad. Por no mencionar los costes: la prueba Trinity, que Oppenheimer y su equipo llevaron a cabo en la Segunda Guerra Mundial para probar la eficacia de la bomba atómica, se estima supuso una inversión entre 10 y 20 millones de dólares de la época.
El Trestle: como una bomba atómica. El ejército EEUU recurrió a dos generadores Marx diseñados por Maxwell Laboratories: estaban montados sobre pedestales de madera, orientados a una estructura metálica. Cada generador tenía 50 bandejas con condensadores e interruptores de plasma, y podía generar hasta 5 megavoltios. Todo este sistema se bautizó como Trestle.
Cuando se activaban a la vez, generaban un pulso combinado de 10 MV y hasta 200 gigavatios de potencia electromagnética. Tal cifra se aproximaba bastante para reproducir los efectos del EMP generado por una bomba nuclear. O más concretamente a su fase inicial, tras la detonación, en la que la radiación de una bomba atómica genera una onda de decenas de kilovoltios por metro en nanosegundos, y que es la más crítica para equipos electrónicos.
Además, este Trestle sirvió como base para la Máquina Z, capaz de generar pulsos de 40 megavoltios y 50 teravatios (50.000 gigavatios). Esta última no se utilizó para estas pruebas en el ATLAS-I, pero ha servido para test con armamento militar, investigación de fusión nuclear o para sistemas de generación de rayos X de alta potencia.
Monumento nacional. Esta estación formada por el ATLAS-I y el Trestle dejó de operar en 1991, coincidiendo con la caída de la URSS, que marcó propiamente el fin de la Guerra Fría. Aunque el conflicto se relajó bastante desde los años 80, que EEUU siguieran con estas pruebas demuestra que aún la consideraban viva.
No se ha desmantelado: se mantiene presente en las desérticas inmediaciones de Albuquerque. Está considerada una estructura con alto riesgo de incendio, así que desde 2011 se está trabajando para concederle el estatus de monumento nacional para su conservación. Es un proceso lento, ya que está en una base militar de alto secreto.
Imágenes | Fuerza Aérea de EEUU en Wikimedia